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¡Hola!
No hace mucho,
durante una clase del Master oficial de Prácticas Colaborativas y Dialógicas
del Instituto Kanankil manifesté que estamos en “guerra” con el
cerebrocentrismo. En la clase siguiente, y tras una seria reflexión pedí
disculpas por haberme expresado así. Por dos motivos. El primero, que la
palabra “guerra” no es muy de mi gusto y suena demasiado fuerte. El segundo, aun
suponiendo que estemos en guerra, la tenemos perdida desde el principio; el “enemigo”
es demasiado fuerte y va mucho mejor armado…
Por otro lado,
la teoría cognitiva parece que va perdiendo potencia como la más científica de
todas, al tiempo que la conductual parece estar divorciándose de ella. Ambas
reclaman su autoridad sobre el cerebro, explicando a través del mismo muchos de
los cambios que parece generar la práctica psicoclínica. Recientemente, el
especialista en Neuropsicología español Javier Tirapu (23 de julio pasado)
decía en su cuenta de Facebook: “¿Cuando es eficaz la
terapia?. Cuando produce cambios en la conducta y la conducta produce cambios
en las conexiones neuronales”. El argumento es muy elegante y los primeros
conductistas hace más o menos un siglo ya reclamaban la cientificidad de sus
teorías porque la conducta es observable; los pensamientos no. Claro que
entonces no existían los avances que ahora sí en cuanto al conocimiento de cómo
funciona el cerebro…
Hablando de los
avances en neurociencia, justo esta semana se ha difundido por las redes
sociales este artículo: “Cluster failure: Why fMRI inferences for spatial extent
have inflated false-positive rates” (http://www.pnas.org/content/113/28/7900). Quienes
no sepáis inglés o no tengáis ganas de leer el artículo completo, aquí tenéis un
buen resumen/comentario a su respecto: “Una revisión invalida miles de estudios
del cerebro" (Javier Salas, http://elpais.com/elpais/2016/07/26/ciencia/1469532340_615895.html?id_externo_rsoc=TW_CC).
Estoy absolutamente seguro de que los cerebrocentristas arreglarán pronto este
desaguisado. Y estoy absolutamente ansioso por ver cómo…
Volviendo al
escrito de Tirapu, afirma: “Por lo tanto el diseño
cerebral nos dice que el poder que tiene las emociones para dominar a la razón
son muy fuertes pero si quieres controlar a las emociones con la razón las
comunicaciones son muy pocas por lo que el esfuerzo que pedimos a nuestros
pacientes es “ímprobo”.”. Obviamente
este es un escrito divulgativo, por lo que no se le puede exigir una mayor
argumentación; argumentación que sí -supongo- el respetado neuropsicólogo expondrá en otros escritos.
El problema es que estamos
hablando de procesos cuyo funcionamiento damos por supuesto -razón, emociones,…-
y mostrando conocimientos -el diseño cerebral- más que dudosos. Hablando de
esta manera, además, generalizamos el conocimiento científico sobre “quienes
somos” los humanos diseminando la idea de que somos lo que es nuestro cerebro,
lo que tenemos, lo que pasa, dentro de nuestro encéfalo. En no pocas ocasiones
me he manifestado contrario a este tipo de generalizaciones y también a la
suposición de que el cerebro sea algo más que un órgano más (2015). Quizá sea la
más compleja; pero no deja de ser una máquina biológica más. Y los humanos
somos más que pensamientos y conductas en conexión con las conexiones (sic) neuronales.
Estas son tontas. Parafraseando al psicólogo social Pablo Fernández Christlieb
(dejadme que omita la cita exacta, por favor, es que ahora mismo no la
encuentro) las neuronas y sus conexiones no tienen ni idea de lo que hacen, ni
siquiera de que existen. Así, ¿cómo van a determinar en tan gran medida nuestras
pasiones, afectos, ilusiones, caprichos, amores, miedos, incoherencias,…, es
decir, nuestras razones y emociones?
Pero entonces, si no es el
cerebro, ¿qué o quién es lo que conforma todo eso y más? No, no es Dios ni el
espíritu. Esos son asuntos de fe, creencia o experiencia. Muy respetables, por
supuesto -como la neurociencia, ¿eh?- pero poco generalizables.
Y aun sin ánimo, ni mucho menos,
de generalizar, afirmo que es la cultura quien incide -huyo de la tentación de
usar el término “determina”- todo eso -y más- a que me he referido. Cultura en
el sentido sociohistórico que dota de su carácter diferencial a la psicología
con respecto a otras ciencias; también a su práctica terapéutica -que no
clínica; eso es asunto de la medicina-. Los humanos somos cultura en devenir. Y
como tal creamos todo lo demás, cerebro incluido.
La psicología, también la
psicoterapia, es una ciencia y una práctica social, humana, cultural e histórica. Y su instrumento
es el lenguaje materializado en la narración, el discurso y el diálogo.
Propongo que dejemos a los neurocientíficos hacer su trabajo -sesgos y
fallos informáticos incluidos; a ver si se aclaran- y que ellos nos dejen a los
psicólogos hacer el nuestro, con nuestros sesgos y fallos dialógicos.
¡Saludos!!!
Seguí Dolz, Josep (2015). Mentalidad humana. De la aparición del lenguaje a la psicología construccionista social y las prácticas colaborativas y dialógicas. Amazon Independent CreateSpace.
Seguí Dolz, Josep (2015). Mentalidad humana. De la aparición del lenguaje a la psicología construccionista social y las prácticas colaborativas y dialógicas. Amazon Independent CreateSpace.