La cura de la locura (La extracción de la piedra de la locura) (detalle). Hieronymous Bosch, c. 1475-1490 Museo del Prado, Madrid |
Creo que las personas que trabajan con personas tienen solo
una herramienta; al margen de técnicas, métodos y manuales. Y esa herramienta
es la palabra a través de la cual se configura el relato, la narración, la
conversación; el diálogo. Creo, pues, que se hace necesario ser muy cuidadosos
con los usos que se de a la palabra, al lenguaje en sí. No vale decir: «yo digo esto porque me da la gana, yo sé lo que significa y ya
está». Se hace preciso estar muy atentos, al contrario, a qué
significa tal o cual palabra para la persona con la que se conversa en
contextos psicoterapéuticos, de trabajo, educación o
intervención social, educación en general, o de investigación en ciencias sociales y humanas.
No voy a copiar del Diccionario de la RAE el significado de
la palabra «clínica» (se puede encontrar aquí: http://dle.rae.es/?id=9TNmHzU), aunque
sí que destaco de su etimología latina que sería lo «propio del enfermo». Y lo más probable es que la mayor parte de
las personas comunes entendamos algo similar. O sea, que si nos dicen que
necesitamos un tratamiento clínico, es porque estamos enfermos. Especialmente
si quien lo dice es un experto, claro, revestido con todo el poder del saber. Digo bien: revestido.
O sea, y según la acepción octava del mismo Diccionario de la RAE: «Engreírse
o envanecerse con el empleo o dignidad».
Michel Foucault hace una arqueología de lo clínico —o, mejor,
de la clínica— en su ya clásico El
nacimiento de la clínica. Una arqueología de la mirada médica. 1963.
Madrid: Siglo XXI. Con su estilo siempre fundamentado, documentado, y también
crítico, asistimos a eso, a una arqueología o, incluso, genealogía de la praxis
y luego del concepto de lo clínico. ¿Cómo es que dicho concepto ha llegado a
constituirse en una especie de universal aristotélico?
Foucault explica muy bien cómo lo clínico ya existía antes del concepto moderno
de salud (o sea, no-enfermedad, así, en líneas generales [1]), que tiene sus
raíces en la Ilustración y en la nueva concepción de lo médico emanante de la
Revolución Francesa. En la página 88 del libro, el filósofo francés afirma que:
De hecho, una manera semejante de escribir de
nuevo la historia, evitaba una historia mucho más verdadera, pero mucho más
compleja. La disfrazaba al asimilar al método clínico cualquier estudio de un
caso, de acuerdo con el antiguo uso de la palabra; y así, autorizaba todas las
reducciones interiores que deberían hacer de la clínica y que hacen de ella aún
en nuestros días un puro y simple examen del individuo.
Es
decir, la historia abandona hasta la actualidad la versión más compleja, pero
más verdadera. Y la clínica es reduccionista al limitarse al estudio —y la
búsqueda de la curación, supongo— del síntoma individual. Algo completamente
ajeno a cómo entiendo yo, con perdón, la práctica psicoterapéutica desde las
orientaciones basadas en las Prácticas Colaborativas y Dialógicas (P.C.D.) y en
la Terapia Narrativa (T.N.); emanantes ambas del Construccionismo Social, entre
otras influencias. O sea que elimino por completo el uso de la palabra en
cuestión; aunque, por supuesto, no soy quién para prohibirlo, ¡faltaría
más!
¿«Práctica psicoterapéutica» he dicho? Aunque ya llevo tiempo haciéndolo
en diferentes medios, congresos y encuentros, en 2015 —en un artículo elaborado
junto a Sara Olivé— mostramos creo que de manera clara nuestras dificultades
para seguir utilizando la palabra «terapia»:
También, seguimos usando conceptos como
“terapia” y “terapeuta”. Lo hacemos para entendernos. Pero nos parece que estas
palabras provienen de tradiciones biomédicas que no nos son en absoluto afines.
En su lugar, usamos habitualmente los términos “consulta”, “consultor” y
“consultante”. Tampoco nos son excesivamente cómodos, ya que no nos reunimos
para consultar nada. Los términos más adecuados serían “conversación” y
“conversadores”; o “diálogo” y “dialogantes”. Esto tiene más que ver con lo que
hacemos… (2).
Y
no soy ni somos los primeros, ni muchísimo menos, en poner en solfa esta
palabra y su universal conceptual. De hecho, el fallecido Michael White —trabajador
social australiano e inspirador fundamental, junto al antropólogo neozelandés
David Epston, de las Prácticas y Terapias Narrativas— escribe ya en 1980:
Creemos que “terapia” es un término inadecuado
para describir el trabajo que aquí se examina. El Penguin Macquarie Dictionary describe la terapia como “tratamiento
de enfermedad, desorden, defecto, etc., por medio de medicinas o procesos curativos”.
En nuestro trabajo no entendemos los problemas en términos de enfermedad, y no
creemos hacer nada que pueda relacionarse con una “curación” (3).
Y a continuación pasa a mostrar su acuerdo
parcial con Harlene Anderson y Harry Goolishian —psicólogos norteamericanos en
este caso, inspiradores de las P.C.D. y de quienes tomamos fundamentalmente la
idea o duda (mejor) expuesta en nuestro artículo—
en cuanto a cómo sustituir la palabra «terapia» por «conversación». Esta última
es, obviamente excesivamente genérica y muy poco específica, lo que lleva a
White a mostrar su inquietud acerca de su utilidad como «descripción» de lo que
se está haciendo; tanto desde la T.N. como desde las P.C.D. Interesante debate
que continúa vivo.
A
pesar de la viveza del debate, me inclino por no usar, o usar lo menos posible,
esa palabra. Explicando, eso sí, desde dónde hablo; siendo transparente con los estudiantes
o con las personas con quienes iniciamos procesos de co-visión reflexiva. Hablo desde el Construccionismo Cultural (e histórico, y social, y relacional).
No creo que la mayor parte de los problemas mentales
definidos por el DSM de la APA o el CIE de la OMS tengan un origen biomédico.
En absoluto, tal y como creo fundamentar en Mentalidad
humana, especialmente en el último capítulo (4). Muy al contrario, excepto
en los casos con claro origen biológico, que son los menos, el origen es
cultural, relacional, histórico y, como tal, social. Y es desde ahí, desde la
conversación que se genera dentro de esos campos inabarcables —como la propia
conversación— desde donde es posible la praxis procesual que lleve a ir
abriendo posibilidades. Y no hacen falta universales conceptuales como esas dos
palabras de las que me vengo ocupando: «clínica» y «psicoterapia» (o «terapia» a secas, también). Es más, mi
opinión es que su uso dificulta más que abre esas posibilidades
conversacionales a que me refiero.
Con todos los matices y desacuerdos que se quiera, claro…
¡Saludos!!!
Josep
ADENDA. No me resisto a copiar y pegar un esclarecedor párrafo
de la doctora Sheila McNamee de un reciente artículo (5) que referencia nuestra
colega Leticia Rodríguez de Paraguay en un fenomenal texto (6) que estamos estudiando
estos días y que es la base de un diálogo que tendrá lugar justo mañana en el
seno de la Red de Investigación Relacional del TAOS Institute:
Como expresara Sheila Mc Namee
(2015):
“Foucault aclara que el discurso
disciplinario referido como el ‘psycomplex’ (Rose, 1990) es sólo eso, un
discurso. Es una forma de hablar, una forma de ser en el mundo. Y, ponerlo de
esa forma, sugiere que hay o que podría haber otras formas de hablar y de ser en
el mundo disponibles para nosotros. Esto no quiere sugerir que los discursos
psi están equivocados o que no son útiles. Más bien sugiere
que, cuando nos
comprometemos en el
encuentro terapéutico, deberíamos preguntarnos cuán
útil es el
vocabulario concomitante de
las disciplinas psi –y
por esto me refiero al vocabulario de ‘diagnóstico’,
‘patología’, y ‘enfermedad mental’. Este vocabulario es más comúnmente
ubicado en el
discurso individualista, el
que coloca el
nexo del ser
de la persona dentro de lo más
hondo de la privacidad de la mente/psique (McNamee, 2002)”. (p.379).
(1) Ya sé que la definición de la Organización Mundial de la
Salud y otros no es solamente esa. Pero eso es también lo que entenderíamos, en
primera instancia, la gente común. Más o menos…
(2) Seguí Dolz, Josep y Olivé Horts, Sara (2015). Hablar de
lo que hay que hablar en terapia de parejas. Un caso de equipo reflexivo en
proceso de prácticas colaborativas y dialógicas... ¿con un solo colaborador? Sistemas Familiares y otros sistemas humanos
– AsiBA. Buenos Aires, Año 31 – N° 2 – Octubre 2015. Página 46.
(3) White, Michael y Epston, David (1980). Medios narrativos para fines terapéuticos.
Barcelona: Paidós. Páginas 30 y 31.
(4) Seguí Dolz, Josep (2015). Mentalidad humana. De la
aparición del lenguaje a la psicología construccionista social y las prácticas
colaborativas y dialógicas. Amazon Independent CreateSpace. http://mentalidadhumanajosepsegui.blogspot.com/.
(5) McNamee, Sheila (2015). Radical Presence: alternatives to
the therapeutic state. European Journal
of Psychotherapy & Counselling,17(4), 373-383.
(6) Rodríguez, Leticia (2018). Trabajo colaborativo
con adolescentes separadas
de sus familias
por el sistema
de justicia, en contextos de
injusticia social. Accesible en la Red de Investigación Relacional.